Like a Virgin. Madonna se pasea por La Habana

El video de Madonna en descapotable paseándose por la Calzada de Reina, en La Habana, ha sido repetido una y otra vez en los social media y la comunidad cubana residente fuera de Cuba –alrededor del 10% de la población cubana total- no sabe qué pensar.

Ya antes pasaron por La Habana Beyoncé, Jay Z, Conan O’Brien, Kevin Spacey, Naomi Campbell, Jack Nicholson, Katy Perry, Kim Kardashian, Kanye West, Vin Diesel… y hasta el desfile de la colección Cuba Cruise 2016-17, de la famosa casa de modas Chanel, que convirtió al Prado de La Habana en una gran pasarela al aire libre y donde los modelos, y hasta el mismo Karl Lagerfeld,  tuvieron que aprender a arrollar como se hace en los carnavales cubanos al paso de la conga “¡Oh, La Habana!”

Todo estos personajes famosos ya se habían exhibido vistiendo la guayabera cubana, comiendo en una ‘paladar’ (término usado en Cuba para el restaurante cuyo dueño es una familia), caminando por el centro histórico de La Habana Vieja, paseando en un almendrón (término usado por los cubanos para el carro americano antiguo) o tomando mojito. Pero ninguno de ellos había logrado en la comunidad cubana repartida por todas las latitudes el asombro y el extraño interés que ha despertado la visita de Madonna.

La primera posible explicación que viene a la mente es que Madonna era la gran diosa de la música pop mucho antes de que emigráramos una buena cantidad de los cubanos que ahora andamos por el mundo. Era la mujer-espectáculo y cualquiera de sus conciertos, visto desde Cuba, a lo único que podía semejarse era a una alucinación. ¡Quién pudiera estar allí! ¡Si pudiera ir un día!, era el sueño de muchos. Hoy, por el contrario, desplazados muchos de los que entonces la veíamos por televisión, la vemos paseándose por La Habana y no sabemos qué pensar y las exclamaciones se han convertido en preguntas: ¿Qué fue a buscar Madonna a La Habana? ¿Qué es lo que va a ver allí? Y es que estamos en medio de una vuelta a la nostalgia romántica decimonónica por las ruinas. Con frecuencia vemos  en las publicaciones periódicas on line colecciones de fotografías de edificios en desuso, ciudades abandonadas, estaciones de metro nunca usadas, las ruinas de Chernóbil, etc. Pues en esas colecciones de foto está la clave: la estética de lo ruinoso. En medio de esta nueva búsqueda por las ruinas La Habana se ha vuelto la Acrópolis del Nuevo Mundo: la ruina que hay que visitar. Habría que hacer, necesariamente, un poquito de historia para entender un poco esto de La Habana y su halo de fascinación.

En 1561 La Habana fue convertida, por decreto, en el punto obligado de visita de masas de marineros cuando el rey español Felipe II creó el Sistema de Flotas por el cual los galeones cargados de plata, tabaco, maderas y otros bienes no saldrían más separados en su travesía hacia España. A partir de este momento debían reunirse en La Habana y salir a manera de flota escoltada por barcos de guerra de la famosa Armada española. El objetivo fundamental era alejar el peligro del constante ataque de piratas, corsarios y bucaneros que atacaban a los galeones cargados de materiales españoles que se dirigían de manera independiente a la Península. Las flotas atravesarían el Atlántico solamente dos veces al año (en enero y agosto; luego fue abril y agosto). Por el Sistema de Flotas los bienes que consumía la Metrópoli eran protegidos y llegaban a su destino; La Habana, entretanto, se enriquecía con una enorme población flotante que generaba a un mismo tiempo una actividad comercial legal intensa y un ‘comercio de rescate’ o contrabando no menos vibrante. Ahí levantó su vuelo, no Cuba sino La Habana.  Plagada quizás por el sentido anhelante del comercio y la transacción monetaria, La Habana quiso aunar lo mejor de cada mundo apostando a un mismo tiempo por la gran ciudad cosmopolita y por el paraíso costero subtropical. Y tanto énfasis puso La Habana durante la primera mitad del siglo XX que hasta le llegaron a llamar “el París del Caribe”. Nadie se cuestionaba entonces, ni tampoco ahora, el por qué Nat King Cole iba a cantar a el famoso Tropicana de La Habana, o por qué Joan Crawford y otras muchas celebridades del Hollywood de entonces visitaban con frecuencia, ni por qué Ernest Hemingway decidió establecer casa allí. Era la época de la ciudad cosmopolita y vibrante, y estaba preparada para el glamour de la época. Ahora, sin embargo, son las ruinas del aquel esplendor ya ido lo que obliga al encuentro en el mismo lugar.

Pero… Entre esplendor y ruina se abre una relación de antónimos y ahí es donde los cubanos nos quedamos atascados; en buena mayoría no acabamos de conciliar qué tienen que ver los visitantes, qué es lo atractivo. No nos damos cuenta de que nuestro tiempo se paró y nos quedamos en la época racionalista, con su perfección de paredes blancas y pisos brillantes de granito o terrazo, y edificios esculturales… así se forjó nuestra idea estética actual, con los edificios y las casas de los años 50. Los cubanos aún seguimos celebrando –a destiempo- el triunfo del Racionalismo que desterró los elementos decorativos sin función práctica, que amplió las ventanas, que hizo paredes transparentes para permitir la comunicación interior-exterior, que nos permitió ver desde un interior la amplitud del Caribe y que, sobre todo, permitió imprimir en la obra construida un sentido limpio y escultural.

 

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Residencia de José Noval Cueto, 1949. Biltmore, La Habana. Arquitectos Mario Romañach y Silverio Bosch. Una de las casas más famosas de la arquitectura racionalista que dominara el panorama habanero de la década de 1950.

El racionalismo extendido en los 50 y que tan bien se aviene al clima tropical, se extendió por toda la ciudad con el boom arquitectónico que permitió la creación de barrios enteros -como Nuevo Vedado, Casino Deportivo, Víbora Park, Reparto Capri, etc.-, que seguían la idea del American suburb. Por este camino se estampó en la memoria colectiva la idea de ‘la casa moderna’. Y no es que el Racionalismo se aplicara únicamente a casas particulares; también existieron edificios múltiples con toda posible función, pero el habanero y el cubano en general no les prestó demasiado atención a pesar de los altos vuelos de la arquitectura de algunas tiendas por departamentos o de menos escala como la peletería California.

Peletería California  Peletería California, 1951. Arquitectos Mario Romañach y Silverio Bosch.

Solamente los hoteles Habana Libre, antiguo Habana Hilton, y Riviera se llevaron los lauros de quedar en la memoria colectiva como ejemplos de esa alma colectiva moderna y cosmopolita de que La Habana se jactaba. No obstante, aun así la idea de la casa (la “casa moderna”) era –y un es- mucho más fuerte en la memoria y el deseo del ciudadano.

HabanaLibre1 Hotel Habana Libre, originalmente Habana Hilton, 1958. Arquitecto Welton Becket.
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 Hotel Riviera, 1957.  Arquitecto Igor Polevitzky

 

 

Pasaron las décadas del 60, 70, 80 y llegó el fin del siglo XX y el sueño seguía siendo el mismo: vivir en una ‘casa moderna’. Entretanto el primer mundo dejaba atrás el Racionalismo y el movimiento moderno y pasaba por las muchas etapas del Postmodernismo -y hasta mucho se ha discutido si ya murió. Y nosotros seguimos apegados el estilo internacional de los 50. En La Habana nunca hubo tiempo de ver morir esa perfección de la “casa moderna” y, por tanto, tampoco existió la oportunidad de adaptarse a la antítesis de lo racional que era la versión postmoderna de la deconstrucción que tanto se ha cultivado en el mundo. Por ejemplo la desaparecida cadena de tiendas “Best” que hizo de la deconstrucción su carta de presentación en el entramado urbano.

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Imagen superior: Tienda BEST de Houston. Imagen inferior: Tienda BEST in Milwaukee.

Tampoco tuvimos la oportunidad del contacto con algo como el Wexner Center for the Arts (1989) en The Ohio State University, cuyo diseño está inspirado no en el edificio existente anteriormente y que fuera demolido debido a los daños causados por un incendio, sino en el proceso mismo de la demolición y desaparición de esa estructura original

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Imagen superior: el Wexner Center for the Arts, en The Ohio State University, 1989. Arquitecto Peter Eisenman.
Imagen inferior: Edificio que existió antes en el sitio en que hoy se encuentra el Wexner Center for the Arts.

A view of the armory and gymnasium on the campus of the Ohio State University. Image is a postcard shot in 1907. From the Reeb, Deibel, Ruffing Columbus Postcard Collection of the Columbus Metropolitan Library. This mirrors an image of the The Wexner Center for the Arts at the Ohio State University photographed April 28, 2011. (Columbus Dispatch photo by Doral Chenoweth III)

Es que para 1960 Cuba había pasado por períodos estéticos que dejaron su huella en La Habana a la par que en el resto del primer mundo: el Art Nouveau, cultivado en Cuba por varios epígonos de Gaudí forzados a emigrar por la guerra civil española; el Eclecticismo en todas sus posibles variantes, desde las más sobrias hasta las más descabelladas; el Neo-Colonial español; el Art Decco, cuyo monumento principal es el edificio de oficinas del ron Bacardí; y, finalmente, el Racionalismo. Es decir que había una arquitectura de vanguardia y junto a ella iba el gusto estético, pero para cuando terminara el siglo XX ya nos habíamos quedado tan rezagados en la carrera que habíamos perdido de vista los punteros. La imagen del Racionalismo se había sedimentado en nuestras memorias y allí quedó entronizada como un rey pero sin descendencia.

Recuerdo ahora que por allá por 1996 hubo un evento internacional de restauración en La Habana, auspiciado por el CENCREM (Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología), en el que participaron equipos restauradores de varios países, incluyendo los Estados Unidos. Cuando les tocó a un equipo de estadounidenses la presentación de diapositivas para mostrar su labor restauradora en edificios, mientras ellos explicaban los métodos usados, etc., una amiga arquitecta se vira hacia mí y me dice “los americanos se empeñan en hacer parecer todo más viejo”. Y es que no nos damos cuenta que aun andamos en la búsqueda de la limpieza, las aristas cortantes y las superficies perfectas del Racionalismo. Tenemos un desfase crono-cultural de, al menos, medio siglo. Ellos, por el contrario han recorrido un camino de décadas que les ha llevado a rechazar esa perfección de los 50, el concepto de la casa como máquina de habitar de Le Corbusier, los muros blancos y las estructuras esculturales, y en su lugar privilegian las texturas, la imperfección, el palimpsesto visual que deja el uso que hacen generaciones de una misma pared, en un mismo espacio. Nada hay ahora más atractivo que la columna en el aire, soportando nada más que el paso del tiempo, o el piso roto en el que se adivina que una vez hubo jeroglíficos o flores, o el mampuesto al descubierto, los ladrillos carcomidos por la intemperie o trozos de sillares sobre el suelo. Y todo ello recorrido en esas nuevas góndolas que son los almendrones.

Almendrones

 

Almendrones en El Prado, al servicio de los visitantes del desfile de la casa de modas Chanel.

Otra vez La Habana se pone de moda pero ahora sí no logramos entenderla porque no pasamos el proceso necesario para sintonizarnos con el gusto por lo decadente o lo imperfecto, lo inacabado o lo apocalíptico. Y allá va Madonna, navegando el polvo de las ruinas en un carro americano descapotable, entretanto nosotros -yo incluido- seguimos lamentando el deterioro de los edificios Art Nouveau de la calle Cienfuegos o la pérdida del bellísimo Art Decco del recientemente desaparecido Hospital Infantil Pedro Borrás.